La salud intestinal no depende solo de “no tener gastritis” o de ir al baño con normalidad. Dentro del intestino vive una comunidad enorme de microorganismos —la microbiota— que participa en la digestión, ayuda a entrenar al sistema inmune y se relaciona incluso con el metabolismo y el bienestar general.
Cuando ese ecosistema pierde equilibrio, aparece la disbiosis intestinal: un estado en el que disminuyen bacterias benéficas y aumentan microorganismos asociados con inflamación.
De acuerdo con la American Gastroenterological Association (AGA), la disbiosis no es solo un “malestar intestinal”, sino un fenómeno biológico complejo.
La disbiosis ocurre cuando se rompe el equilibrio del microbioma, es decir, de la comunidad de microorganismos que viven en el cuerpo y conviven con nosotros, indica Cleveland Clinic.
En realidad, no existe un solo microbioma: alojamos varios (como el intestinal, el de la piel o el de la boca), y muchos de esos microbios colaboran en funciones importantes para mantenernos sanos. Un microbioma equilibrado se caracteriza por una diversidad adecuada, donde ninguna bacteria, virus u hongo domina sobre los demás.
Cuando aparece la disbiosis, cambian las proporciones de estos microorganismos y ese desajuste puede interferir con la forma en que el cuerpo funciona y se protege.
La disbiosis intestinal no siempre se manifiesta de la misma forma en todas las personas. De acuerdo con una revisión publicada en la revista Probiotics and Antimicrobial Proteins, los síntomas digestivos más comunes incluyen:
Sin embargo, el impacto no se limita al aparato digestivo. La alteración de la microbiota también se ha relacionado con síntomas extraintestinales, como:
Estos efectos se explican porque el intestino está estrechamente conectado con el sistema nervioso y el sistema inmunológico, una relación conocida como eje intestino-cerebro-inmunidad.
La microbiota intestinal es plástica, es decir, puede cambiar a lo largo de la vida en respuesta a múltiples factores.
Según mencionan expertos, no solo los antibióticos, sino también fármacos de uso común —incluidos algunos medicamentos psiquiátricos— pueden dejar “huellas” duraderas en la microbiota. Estos cambios pueden persistir durante años, reduciendo la diversidad bacteriana y favoreciendo especies asociadas con inflamación.
La dieta occidental ultraprocesada, rica en azúcares añadidos, grasas saturadas y pobre en fibra, es otro factor central. Un estudio publicado en The Lancet Regional Health – Europe confirma que los patrones alimentarios bajos en fibra y alimentos vegetales se asocian con perfiles microbianos menos diversos y más inflamatorios, lo que incrementa el riesgo de obesidad, diabetes tipo 2 y otros trastornos metabólicos.
A estos elementos se suman el estrés crónico y la falta de contacto con entornos naturales. Investigaciones en inmunología ambiental, citadas por la Microbiology Society, muestran que las personas con mayor exposición a espacios verdes y suelos ricos en biodiversidad microbiana desarrollan una microbiota más diversa y un sistema inmune mejor regulado. Lo contrario ocurre en entornos urbanos excesivamente higienizados.
A pesar del creciente interés científico, todavía no existe una definición diagnóstica única ni una prueba clínica estandarizada para medir la disbiosis de forma directa. Un estudio publicado en Microorganisms (MDPI) señala que, por ahora, el diagnóstico se apoya más en la evaluación clínica que en un solo análisis de laboratorio.
En la práctica médica, esto incluye:
Aunque la disbiosis puede ser compleja, la microbiota también puede modularse. La World Gastroenterology Organisation (WGO), en su guía sobre probióticos y prebióticos, revisó ensayos clínicos y concluyó que ciertas cepas probióticas y fibras prebióticas pueden ser útiles en problemas específicos, como diarrea asociada a antibióticos, síndrome de intestino irritable o estreñimiento funcional, siempre que se utilicen productos con evidencia científica y dosis adecuadas.
No obstante, los expertos coinciden en que la base del tratamiento sigue siendo el estilo de vida:
La disbiosis intestinal no es solo un problema digestivo, sino un desequilibrio con efectos sistémicos que puede influir en la inflamación, el metabolismo y el bienestar general.
Aunque aún no existe una prueba única para diagnosticarla, la evidencia científica respalda que los hábitos diarios —especialmente la dieta y el manejo del estrés— juegan un papel clave tanto en su desarrollo como en su recuperación.


